Quiero compartiros la experiencia vital tan significativa que he vivido con mi cuerpo. Específicamente, con mi útero. Unos días antes de operarme, hace 7 semanas, escribí lo siguiente desde un estado de gracia desconocido para mí.
Me voy a someter a una intervención que llevaba muchos años pendiente y que ha llegado el momento de vivirla. Ahora no solo entiendo, sino que experimento esa mágica sensación cuando los puntos se unen, como decía Steve Jobs. Y es que la vida, en su perfección, nos coloca en el momento y circunstancias correctas, donde nos corresponde estar. No hubiera podido antes llegar a este momento sin haber transitado una serie de experiencias vitales que me permiten abordarlo, ahora, desde un lugar muy diferente del que yo siempre imaginaba este ritual por el que voy a pasar. No estaba preparada y me agradezco de no haber tomado la decisión antes, pues lo hubiera vivido desde el miedo y la desconfianza. Preguntaba a mi cuerpo por la adecuación de la operación y no recibía respuesta positiva. En el momento en el que he tomado esta elección tan decisiva y he dado el paso, el universo también se ha movido y ha desplegado un campo lleno de magia que nunca hubiera imaginado.
Mi útero, mi caldero sagrado, se está liberando, ya antes de la operación, de unos lastres en forma de miomas que habían bloqueado el poder de creación del que es portador este órgano tan desconocido y olvidado. Un útero sin espacio para crear (su cualidad más destacada) es un útero limitado, que no puede acoger lo nuevo. Y lo nuevo lleva mucho tiempo pulsando por ser manifestado. Ni más ni menos que mi capacidad de crear, de mostrarme y de vivir desde la verdad que soy.
Sin ser consciente de ello, fui creando estos bloqueos y miedos que se convirtieron en materia en mi útero. Y también fui fiel al legado de mi clan femenino, como mi madre, abuela y bisabuela, y es que el inconsciente familiar tiene demasiado peso y la lealtad familiar es ciega. Sin embargo y a pesar de las recomendaciones médicas, no me atrevía a quitarlos sometiéndome a una operación.
Durante los últimos años reconocía varios miedos a operarme de miomas. El mayor de todos, la histerectomía. La idea de quedarme sin un órgano, y especialmente, el órgano femenino y creativo por excelencia, el creador y contenedor de vida (vida en forma de bebés, proyectos, arte…), se me hacía impensable.
Por otra parte, estaba en juego la posibilidad de ser madre según quedara el útero o, directamente, no quedara; la vida me ha llevado por otros derroteros y esto ya no ocupaba espacio ni preocupación en estos días antes de operarme, pero fue una razón de peso para pensarme pasar por el tránsito de la operación.
Y el otro inconveniente al que tampoco me hacía gracia enfrentarme era la cesárea; uno de los miomas tenía un tamaño considerable y ésta se contemplaba como única vía para extraerlo. Se me pasaban tantas cosas por la cabeza… entre ellas, la pena que me daba “estropear” mi barriga con una cicatriz por donde ni siquiera iba a salir un bebé.
Desgraciada y, muchas veces, innecesariamente, millones de mujeres viven el resto de sus vidas con esta cicatriz, pero el regalo de un bebé, la alegría de aumentar familia y el tener un ser que a partir de su nacimiento depende totalmente de ti hace que sigas adelante y eso se convierta en segundo plano a pesar del dolor y de la marca de por vida.
En estos días tras ser operada me preguntaba ¿qué pasa con el resto de mujeres que se someten a una cesárea y de alguna manera sienten vacío dentro del útero, pero también fuera? Mi experiencia es que también se puede vivir un comienzo de etapa, un renacimiento que puede llegar a ser muy poderoso.
Esta parte bonita y entre las favoritas de mi cuerpo… La he amado, disfrutado tantos años… y honrado y agradecido antes de que fuera cortada por un bisturí… Hoy, la miro con amor, con aceptación profunda, como una cicatriz de la vida que me recuerda lo imperfecta que soy. Y cuanto más lo reconozco, más me gusta esta sonrisa torcida sobre mi pubis y más me amo.
Cuantas noches, con mis manos en el bajo vientre, agradecí la presencia de los miomas por todo el aprendizaje, el viaje por el que me estaban guiando y el mensaje que portaban, pero en el fondo les decía que ya se podían ir, que ya habían cumplido su función. Desconocía la magnitud de este recorrido juntos.
Probé infinidad de terapias que pudieran reducirlos o eliminarlos. Y este viaje durante 10 años ha dado sus frutos: no desaparecieron, pero gracias a ellos he aprendido, me he enriquecido, transformado y he descubierto a una nueva mujer más conectada con su poder, con su magia, con su cuerpo, su feminidad, con recibir y experimentar las cosas sin resistencia, sin tanto esfuerzo y habiendo descubierto en el camino la sexualidad sagrada, a maravillosas personas y una infinidad de regalos más. Y es que las enfermedades y síntomas pueden convertirse en tu catapulta para un salto cuántico.
No exagero al afirmar que cada día aparecen personas, situaciones, causalidades que confirman que este trance, pese a que podríamos tildarlo de negativo, es uno de los aprendizajes y pasajes más positivos de mi biografía, ha supuesto un punto de inflexión. Lo vivo desde la absoluta certeza, calma y agradecimiento.
Todo lo que nos sucede tiene un sentido, aunque nos cueste entenderlo, aunque nos cause dolor, aunque no sea lo que deseamos para nosotros. Pero está ahí para ser vivido. Es la creación perfecta para llegar al siguiente nivel de conciencia que, de otra forma, no hubiésemos podido alcanzar.
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